Encadenada. Segunda parte

        Había dicho seis u ocho horas cuando se marchó ¿cierto? Pues tardó diez horas en volver… diez horas de encadenada, amordazada y cegada. Sofocada en el interior de aquella máscara que aprisionaba su cabeza. Diez horas de placer forzado con aquellos vibradores zumbando en lo más profundo de su cuerpo. Sudó hasta casi la deshidratación, lloró, se orinó encima… El vibrador en el interior de su ano era insoportable, necesitaba expulsarlo ya, no podía más. Pero por más que apretaba no hacía el más mínimo amago de moverse.

        —Buenos días, mi princesa de ojos verdes. ¿Qué tal has pasado la noche? Estoy seguro de que ha sido excitante. —Le palpó el coño y se olió la mano—. Putilla cochina… te has meado encima. Eso va a costarte caro —susurró con cierta lascivia—. Estoy debatiéndome entre hacerte cosquillas en los pies o entre pasarme la tarde masturbándote.

        Comenzó a acariciar su fatigado cuerpo con sus ásperas manos. Primero se centró en los pies, eso era lo que más le recordaba a él, a aquella persona del pasado que ahora invadía sus recuerdos; tenía esa misma obsesión por los pies. Los cosquilleó un rato, los acarició con delicadeza y lamió cada dedo y luego, las plantas. Después llevó sus manos hasta la entrepierna y para alivio de ella detuvo los vibradores. Sentía que toda esa parte de su cuerpo estaba dormida, sentía aún las vibraciones. Después de horas corriéndose estaba empapada. Removió cada uno de ellos sin ninguna delicadeza, incluido el de la parte de atrás; cuando lo sacó, sintió como si le hubiesen arrancado una parte de su cuerpo.

        —En esto no has cambiado nada, Estefanía. Sigues igual de cerda que hace años. Es tocarte, atarte o acercarte un vibrador y tu coño comienza a babear… —Introdujo sus gruesos dedos en la vagina y salieron pringados de flujo vaginal, que después le refregó en sus pequeñas tetas. ¿Cómo era posible que aquel extraño conociese su nombre? Y, lo peor, ¿cómo es que sabía lo que le ocurría a ella cuando la ataban?

        Aquellas manos continuaron recorriendo su cuerpo hasta llegar a sus pezones, y comenzaron a jugar con ellos. Los pellizcaba, los retorcía, y comenzó también a lamerlos y a morderlos. Y eso hizo que recordase más que nunca a aquel amigo especial con quien compartió años de juegos. Un amigo con el que estuvo a punto de empezar a salir, pero al que finalmente dejó como un segundo plato. Fue el único de entre todos los hombres con los que se había acostado que había sido capaz de satisfacer aquellas fantasías suyas: la ató y la ignoró durante horas más de una noche, y después hacía el amago de violarla.

        El extraño estuvo un buen rato jugando con sus tetas. Ella estaba desesperada, agotada, dolorida, necesitaba un pequeño descanso. Deseaba por encima de todas las cosas saciar su sed después de horas sudando, comer algo… El dolor que le provocaban las esposas que se cerraban en torno a sus muñecas la estaba matando, y también el que le provocaban las de los tobillos; notaba los pies adormecidos. La mordaza en el interior de su boca era insoportable, le dolían los dientes. Y seguía muerta de frío. Había soportado diez horas de frío intenso…

        —Bueno, llegó la hora de la siguiente parte. Quiero que veamos juntos una película, como en aquellos tiempos, mi princesa. —Notó un olor como a alcohol, a medicamentos, y comenzó a sentirse cansada. No tardó mucho en caer en un profundo sopor del que tardaría al menos un par de horas en despertar—. Vas arrepentirte de no elegirme a mí, Estefanía —dijo el hombre mirando fijamente a su víctima.

        Cuando despertó notó que le costaba bastante esfuerzo respirar. Sus manos estaban esposadas de nuevo, notaba el frío del metal en sus muñecas y el dolor que le provocaban. Descubrió que era incapaz de mover los dedos; sus puños estaban cerrados, envueltos en algo que le impedía abrir las manos. Un grueso y ancho collar de cuero se cerraba alrededor de su cuello, oprimiéndole la garganta. Al tratar de mover los brazos sintió que le faltaba el aire. Le había esposado las manos a la espalda y una cadena las unía al collar, y con cada movimiento ella misma se estrangulaba. Estaba tumbada en un lugar cómodo, tal vez un sofá. Decidió no moverse. Seguía sin ver nada, aunque ya no llevaba puesta la máscara, solo un antifaz, al parecer de cuero. No podía hablar. Ya no tenía la bola en la boca, ahora parecían trapos, pero había algo envuelto alrededor de su mandíbula que le impedía escupirlos. Notó un cosquilleo en las plantas de sus pies. ¿Por qué otra vez cosquillas? Cada vez le recordaba más a Alfonso, su amigo especial, él también adoraba hacerle cosquillas en los pies. Además, tanto en la forma de hablar como en la de comportarse aquel extraño era muy similar a Alfonso. Un dedo subía y bajaba desde el talón hasta el dedo gordo de su pie derecho. Ambos estaban atados juntos con una correa, al igual que los dedos gordos. Era incapaz de mover los pies, de evitar que se los tocase. Las rodillas también estaban unidas entre sí con una correa. Las cosquillas no cesaban, varios dedos jugueteaban con las delicadas plantas de sus pies. De fondo se oía algo, tal vez una película, o una serie.

        —Nunca me cansaré de acariciar la planta de tus pies, Estefanía. Unos pies que deberían haber sido míos desde hace años, al igual que tu coñito baboso y tu cuerpo de muñeca.

        Repentinamente aquello que la cegaba fue removido. Pudo abrir los ojos. La luz la cegaba, veía borroso, pero al fin podía ver. Y cuando fue capaz de enfocar bien la vista el terror se apoderó de su cuerpo. Su captor era aquel amigo especial con quien durante años practicó bondage: Alfonso. El único hombre de su vida que había sido capaz de hacerle lo que ella quería, de tratarla como ella deseaba. En más de una ocasión la había tenido como en aquel momento: con las manos esposadas a la espalda, amordazada con trapos, con los pies atados con correas posados encima de sus muslos, para así ver una película al mismo tiempo que le hacía cosquillas. Aquel misterioso desconocido ya no era un desconocido, era su mejor amigo.

        Quiso gritarle, pero la mordaza se lo impedía.

        —Hola, Estefanía —espetó Alfonso mirándola fijamente—. Cuanto tiempo sin jugar a esto ¿eh? Espero que te lo pasases bien por la noche. Es lo mismo que hacíamos en mi piso, ¿recuerdas? Te ataba a la cama y te dejaba sola en uno de los dormitorios vacíos, y yo me dormía en otro… Echaba de menos oírte llorar al no soportar ni un orgasmo más.

        —¡Mphh! —Trataba de escupir los trapos, pero era imposible. Le había rodeado la mandíbula con venda autoadhesiva, y no con una o dos vueltas… ¡había gastado varios rollos!

        —¡Cállate, quiero ver la peli! —Ella quiso darle una patada, pero era incapaz de mover los pies ni las piernas—. Aja… Así que quieres jugar, ¿verdad? Pues juguemos.

        Comenzó de nuevo a hacerle cosquillas en los pies. Ahora más que nunca quiso moverlos, pero era imposible. No solo estaban atados uno al otro con una correa, además estaban sujetos al sofá en el que ambos estaban sentados… como en los viejos tiempos. Todo era igual que en los viejos tiempos: Alfonso viendo una peli y martirizándola, y ella sufriendo y disfrutando… Bueno, ahora no disfrutaba. En aquel tiempo todo era un juego. Y ahora no. Durante las dos horas y media que duró la película él estuvo haciéndole cosquillas en los pies. Primero, con los dedos, luego, con unos cepillos, después, con los dedos otra vez. Luego cogió un tenedor, después los dedos de nuevo. Y llegado el momento soltó la correa que los sujetaba al sofá y comenzó a lamerlos y a olerlos al tiempo que se masturbaba lentamente. Ahí fue cuando ella descubrió que él estaba desnudo.

        —No sabes cuánto echaba de menos el olor de tus pies, Estefanía. Dios, tantos años perdidos… ¿Por qué diablos tuviste que irte con el maldito polaco para finalmente acabar rompiendo? —espetó con cierta ira, y le mordió uno de sus pies—. Has desperdiciado estos diez últimos años.

        —¡Mphh! ¡Nhhh, pffffvrrr!

        —¡Cállate! —gritó, y mordió más fuerte—. Tú ya no mandas, ni decides. Eres mía, mi juguetito sexual, Estefanía. Desde ahora hasta el momento en que me aburra de ti… —Eyaculó. El semen se derramó sobre sus muslos y algunas gotas llegaron al coño de ella.

        Entonces su querido amigo se puso en pie y se limpió la polla con unas toallitas. Se puso los pantalones y después la cogió por el pelo y la obligó a levantarse. Con el esfuerzo ella misma se estrangulaba. Cogida por el pelo la hizo ir dando saltos por un pasillo largo, oscuro, frío y sucio. Notaba pinchazos en las plantas de sus pies. Debía saltar rápido, porque estaba segura de que, si se caía, él la arrastraría por el suelo. ¿Qué le había pasado a su querido Alfonso? Él antes no era así… En aquellos tiempos lejanos ella disfrutó mucho de sus juegos. Él fue el único de todos los chicos con los que tuvo relaciones que fue capaz de satisfacer aquellas fantasías de orgasmos, dolor, ataduras y abandono. Pero aquello era un juego, todo pactado, bastaba con un chasquido de dedos o con un gemido que ambos habían estudiado y el juego terminaba… Pero ahora ya no era un juego. Alfonso la había secuestrado.

        Continuó tirando de ella hasta llegar a una puerta al fondo del pasillo. La abrió y la forzó a entrar en una habitación amplia, con grandes ventanales por los que podía ver un estrellado cielo nocturno; estaban abiertos de par y par y por ellos penetraba el frío de la noche. No fue capaz de ver nada más, el resto era oscuridad y silencio. ¿Otra vez a pasar frío? ¿Por qué era tan cruel con ella? En cuanto cruzaron la puerta la llevó a saltos hasta una cama y la tiró sobre ella. Estefanía sospechó que aquella era la misma cama en la que pasó diez horas agónicas. Alfonso cogió una cadena y unió sus pies a sus manos. Debido a ello el collar se tensó aún más, impidiéndole respirar bien. Pasó una correa alrededor de su cintura y con otra cadena le inmovilizó aún más los pies… Aquello era un Hogtied, la postura favorita de Alfonso, la que ella más odiaba. En aquellos viejos tiempos le permitía hacérsela para complacerlo, pero le dolía muchísimo.

        —¡Mph! ¡nfnss! ¡pfvh! —Trataba de suplicarle, de implorarle que la dejase hablar.

        —¿Qué pasa? No entiendo lo que me dices, Estefanía. Si lo que pretendes es suplicarme por tu libertad, por tu vida, no pierdas el tiempo. Ya te lo he dicho antes. Vas a ser mi juguetito hasta que me aburra de ti, y reza a quien sea para que tarde en aburrirme, porque cuando eso ocurra… tu vida llegará a su fin, mi princesita de ojos verdes. —¿Realmente pensaba matarla? Se negaba a creérselo, él no era así…

        Comenzó a hacerle cosquillas en los pies otra vez. ¡Alfonso y su gusto por las cosquillas! Era algo que en aquellos tiempos ya le costaba soportar. Sus pies eran muy sensibles y ella odiaba las cosquillas. Pero le se las permitía para satisfacerlo. La tumbó a un lado y le puso unas pinzas en los pezones, y aprovechó para hacerle cosquillas en el ombligo, otra cosa que Alfonso adoraba y que ella detestaba. Aquellas pinzas le hacían daño, mucho daño, pero a él no parecía importarle. La irguió de nuevo, apoyándola sobre su propio abdomen, y ella sintió aún más dolor en sus pequeños pezones.

        —Bueno, pues ya me he aburrido por hoy, Estefanía. Te dejo aquí hasta mañana. Espero que disfrutes… —dijo con cierto rencor en la voz—. Mañana comienza tu verdadero entrenamiento, mi princesita. —Azotó con fuerza sus nalgas y acarició las plantas de sus pies—. Prepara tu coñito y tu culito, porque van a ser unas doce o dieciséis horas de vibración continua. Y prepara las plantas de esos dos pies que tan deliciosamente huelen, porque voy a ponerte unos electrodos para que sepas lo que son las verdaderas cosquillas. Y ahora te dejo. Espero que disfrutes de estas diez horas de hogited, esa postura que tanto odias… —La puerta de aquella habitación comenzó a cerrarse—. ¡Ah! Se me olvidaba… ¡Iba a marcharme sin ponerte el antifaz, con lo que a ti te gusta quedarte a oscuras! —Le puso el maldito antifaz y se marchó cerrando la puerta de un portazo.

        ¿¡Diez horas!? ¿Realmente iba dejarla así diez horas? Diez nuevas horas de sufrimiento… La razón de que Estefanía odiase el hogtied es que padecía de una ligera escoliosis y aquella postura le provocaba un intenso dolor de espalda. Normalmente él la mantenía así solo unos veinte minutos… Pero claro, aquello era un juego. Ahora ya no lo era. Y para colmo no podía respirar bien porque tanto sus manos como sus pies tiraban del collar que le oprimía la garganta. ¿Por qué su buen amigo le estaba haciendo aquello? ¿Tanto odio sentía Alfonso hacia ella por no haberlo elegido a él como pareja? Él mismo la ayudó en su momento a comenzar su relación con Alex, el chico polaco con el que estuvo diez años de su vida. Diez años en los que Alfonso había sido su mejor amigo, su confidente, su cojín de lágrimas… Y ahora la había secuestrado, la tenía atada, amordazada y cegada.

        «Vas a ser mi juguetito hasta que me aburra de ti, y reza a quien sea para que tarde en aburrirme, porque cuando eso ocurra… tu vida llegará a su fin, mi princesita de ojos azules», aquellas palabras le retumbaban en la mente. ¿De verdad pensaba matarla? Era incapaz de creérselo. Alfonso era raro, bastante raro, se puede decir que era una persona muy poco común, pero no era un asesino. Tenía diez horas para pensar en aquello, para recordar cómo era él en aquellos tiempos. Diez horas en las que tendría que buscar una posición que le permitiese respirar bien. Diez horas en un incómodo Hogtied, amordazada, y cegada. Ni siquiera había tenido la delicadeza de darle un sorbo de agua o algo de comer, el hambre y la sed la estaban matando y no sabía si realmente volvería en diez horas o tal vez tardaría más. Ahora era suya, su juguetito sexual. Él mandaba, él decidía…

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Un fuerte abrazo

 

 

       Aquella fue una noche llena de placer para Esteban y Laura. Primero salieron de fiesta con sus amigos durante algunas horas, y luego se marcharon directos al pequeño pisito que los padres de él les habían cedido para que comenzasen su vida en común. La felicidad los embargaba. ¿La razón? Las pruebas médicas del muchacho  habían salido bien: su corazón estaba sano, solo tenía un pequeño soplo, algo propio del crecimiento. Ambos tenían aún diecisiete años, sus cuerpos todavía estaban creciendo.

       Conforme llegaron del hospital se quitaron la ropa el uno al otro, casi arrancándola, y la lanzaron a una esquina del dormitorio. Deseaban saltar en la cama para follar como conejos. Habían estado varios meses sin tocarse porque, según le dijo a Esteban el cardiólogo, cabía la posibilidad de que su corazón no resistiese el esfuerzo al que lo sometería el acto sexual. Y Laura era demasiado joven y fogosa para soportar tanto tiempo de celibato. Aun así aguantó varios meses sin rechistar, cualquier cosa con tal de que no peligrase la salud de su querido Esteban.

       Estuvieron revolcándose en la cama desde las ocho de la tarde, casi hasta las tres de la madrugada. Primero simplemente copularon como conejos en celo. Después, él la ató a la cama con las piernas abiertas y durante un par de horas estuvo comiéndole el coño y masturbándola con juguetes, hasta que ella lloró. Era algo que él adoraba, provocarle un orgasmo tras otro, hasta que Laura era incapaz de soportar uno más y lloraba, implorando por dios que parase; entonces él forzaba un último orgasmo y todo terminaba.

       Luego Laura le ató a él las manos al cabecero de la cama y lo usó como un juguete sexual para cobrarse la venganza de aquel último orgasmo forzado. Se sabía un truco que le permitía controlar la eyaculación de Esteban, ella lo llamaba el Botón de Stop; cuando notaba que su amado novio estaba a punto de eyacular comenzaba a masajearle los testículos… y con eso le impedía llegar al orgasmo y de ese modo el chico era capaz de aguantar horas de sexo continuo sin que la cosa decayese. Esteban sintió un retumbar en el interior de su pecho mientras ella jugaba. Pero no le dio importancia…

       Estuvieron así un par de horas. Después se sentó sobre su cara y lo forzó a comerle el coño otra media hora más… Esteban era un genio jugando con la lengua, era un auténtico prodigio. Laura adoraba que le hiciera “la del abecedario”, que consistía en dibujar sobre el clítoris cada una de las letras del abecedario con la punta de la lengua; cuando llegaba a la Z, Laura explotaba en un intenso orgasmo e incluso lloraba.

       Y finalmente, sin siquiera darse una ducha, se quedaron dormidos. Él la abrazó por detrás, apretando su miembro aún erecto contra su culo, casi buscando penetrar su ano. Adoraban dormir así. Cayeron en un profundo sopor del que ella despertó un par de horas después. Notó que Él la abrazaba con todas sus fuerzas, tanto, que ella era incapaz casi de moverse. No le dio importancia; se sentía segura, querida, protegida.

       Lo peor llegó cuando amaneció… Los rayos del sol penetraron por la ventana, como ocurría cada mañana al dar las nueve. Rebotaron contra el espejo del tocador donde ella guardaba su maquillaje y finalmente se estrellaron contra su cara. Él seguía abrazándola con tanta fuerza que ella era incapaz de moverse, y necesitaba zafarse de aquel cariñoso abrazo cuanto antes; se estaba orinando. Comenzó a tocarlo para despertarlo. Notó que estaba frío, tenso, agarrotado. Dentro del abrazo ella se giró para mirarlo, y vio que sus ojos estaban abiertos de par en par. Dos ojos sin vida, al igual que su boca torcida…

       Al pobre Esteban le había dado un infarto y ella notó el momento exacto en que la muerte se lo llevó. Fue cuando él la abrazó con tanta fuerza que la despertó, pero ella no le había dado la más mínima importancia y, de hecho, sintiéndose querida, segura, protegida, se durmió. Y ahora estaba presa del abrazo del cadáver de su amado novio…

      Se orinó encima del miedo y se desmayó. Despertó una hora más tarde con los ojos sin vida de Esteban clavados en ella. Era incapaz de escapar de su abrazo. Ni siquiera era capaz de mover las piernas porque también se las había apresado. Adoraban dormir así, tan juntos que parecían una sola persona. Laura no fue capaz de soportar tanto miedo y finalmente su corazón también falló y se detuvo.

       Y así los encontraron días después los padres de Esteban, que habían acudido al piso, alarmados al no recibir respuesta de ninguno de los dos: unidos en un abrazo eterno, descomponiéndose juntos, pringados aún de semen rancio.

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Encadenada. Primera parte

 

               La noche había sido toda una delicia. Sus amigas no consintieron en dejarla sola, organizaron para ella una fiesta. Estefanía decía que no había nada que festejar. Acababa de cortar con su pareja, con el hombre con el que había estado los últimos diez años de su vida, y lo que menos le apetecía era salir a beber y a bailar. Pero sus queridas amigas sabían que o la sacaban a que se airease un rato o terminaría hundida, llorando acurrucada con la almohada, comiendo chocolate hasta la indigestión y quién sabe qué más.

               Aunque en un primer momento se negó a salir, y tuvieron que sacarla de casa casi a rastras después de haberla vestido y maquillado a la fuerza, al final ella fue quien mejor se lo pasó. Estaba tan radiante aquella noche con su ceñido vestido de raya ejecutiva que ligó con varios chicos sin siquiera intentarlo. Uno de ellos, un muchacho de unos veinte años, se le pegó como una lapa y se ganó la confianza del grupo de amigas. Y cuando la cosa ya no daba más de sí y ya todas estaban necesitadas de una cama calentita, el chico se ofreció a acompañar a Estefanía hasta la parada del taxi.

               Una de sus amigas quiso acompañarla también, pero ella negó con la cabeza, al tiempo que le dedicaba una pícara sonrisa, dándole a entender que ya se apañaba ella sola, y finalmente se marchó con… Carlos, así se llamaba el chico. Era un apuesto muchacho de ojos azules y pelo moreno que subió al taxi con ella y, para aderezar un poco la velada en solitario que estaban a punto de comenzar, la invitó a un chupito que le sirvió en el tapón de una pequeña petaca plateada que el chico sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta negra de tercio pelo; Estefanía nunca olvidaría la suavidad y calidez de aquella chaqueta. Ella dudó un segundo, pero finalmente se lo bebió y acto seguido el muchacho le dio un beso en los labios.

               En cuanto abrió los ojos horas después supo que algo no iba bien. No recordaba absolutamente nada de lo que había pasado. Solo conservaba algunos recuerdos borrosos de haberse despedido de sus amigas. Nada más… Su cabeza estaba dentro de algo que le recordó… a un casco, a una máscara, fuera lo que fuese, estaba cegado; solo veía oscuridad. Algo duro como una piedra ocupaba su boca y le impedía hablar, solo era capaz de emitir débiles gemidos. Su acelerada respiración retumbaba en el interior de aquello que impedía que sus ojos viesen dónde se encontraba.

               Quiso llevarse una mano a la cara, pero no pudo. Tanto el brazo derecho como el izquierdo estaban inmovilizados, cada uno a una esquina de lo que parecía ser una cama; al forcejear descubrió que unas esposas se cerraban con fuerza en torno a sus muñecas. Sus piernas habían corrido la misma suerte. Ambas estaban encadenadas a las esquinas de la cama sobre la que estaba tumbada.

               Una corriente de aire frío lamió su coño, y entonces le quedó muy claro que no solo estaba encadenada, sino también desnuda. Desnuda, encadenada, cegada y amordazada. El terror la embargó. ¿Dónde diablos estaba? ¿Cómo había acabado en semejante situación? Por más que escarbaba en sus recuerdos, era incapaz de recordar el momento que la condujo a encontrarse en semejante situación…

               Llevaba años soñando con algo así, desde la última vez que vio a su mejor amigo… Adoraba que la atasen, que le hicieran cosquillas en cada rincón de su cuerpo, que la masturbasen hasta llorar, que la abandonasen a su suerte durante horas, atada, amordazada, cegada, con un vibrador enclaustrado en el interior de su coño y otro guarecido en su culo. Disfrutaba de esas prácticas tanto como podía cada vez que daba con un chico capaz de llevarlas a cabo de forma segura… Pero todo aquello no era más que un juego, uno al que hacía mucho tiempo que no jugaba. Ella siempre había soñado con un secuestro real.

    Pero en ese momento, notando el sudor frío recorriendo su cuerpo, volviéndose aún más frío por culpa de aquella corriente de aire helado, notando la impuesta inmovilidad de sus extremidades, ya no se sentía tan a gusto como ella pensaba que se sentiría si alguien la secuestrase.

    —La nena ha despertado… Es hora de que el juego comience —espetó una voz dura, grabe—. Qué coñito tan rico. Adoro los coñitos jóvenes bien afeitados, parece el coñito de una niña pequeña… —El terror se apoderó de nuevo de todo su ser. ¿Quién diablos era ese hombre?

    Por más que lo intentaba, era incapaz de recordar qué ocurrió antes de encontrarse en aquella angustiosa situación. Repentinamente, notó que unas manos ásperas y fuertes recorrían cuerpo. Primero se entretuvieron con sus pequeños pechos, jugando con sus pezones erectos por el frío. Después bajaron hasta el ombligo, y durante un rato juguetearon con él, haciéndole tantas cosquillas que sintió que se orinaba encima. Luego bajaron hasta su coño, y una de ellas se deleitó jugando con su helado clítoris, al tiempo que la otra introducía dos gruesos dedos en lo más profundo de su ser.

    —Oh, pero si te estás mojando —susurró la voz, y una húmeda lengua le lamió un pezón—. Eso quiere decir que esto te gusta… —Le encantaba, la volvía loca, sí. Había soñado con aquello durante toda su vida. Pero no así, no de esa manera, no forzada—. Nena, tú y yo nos lo vamos a pasar en grande. Primero voy a masturbarte hasta que no seas capaz más que de llorar. Después te haré cosquillas… Luego volveré a masturbarte. Y volverán las cosquillas.

     Notó que algo entraba en su coño. Parecía una polla de goma, gruesa y con vibración. Algo similar a lo anterior se abrió paso en el interior de su culo, provocándole cierto dolor. Y por último notó un objeto duro y frío contra su clítoris.

    —Respira hondo —dijo la voz—. Esto es solo un precalentamiento. Vas a estar solita unas cinco o seis horas, acompañada por los juguetes que ahora mismo voy a encender… —Los vibradores introducidos en sus orificios y el del clítoris comenzaron a vibrar con fuerza, provocando que todo su cuerpo se estremeciera.

    —¡Mph! —gimió ella.

    —Te gusta ¿verdad? Es delicioso. Yo ya me marcho, en seis o siete horas, ocho como mucho, vuelvo —dijo la voz, y ella escuchó abrirse una puerta—. Disfruta, mi princesita de ojos verdes… —Aquellas palabras la aterraron aún más. Solo una persona en este mundo la llamaba así, pero se negaba a creer que él le hubiera hecho aquello—. Cuando vuelva, te toca la siguiente parte: cosquillas. Pienso conseguir que llores, como aquella vez hace tantos años…

    —¡Nnn!

    —Oh, sí. Vas a llorar…

    La puerta se cerró y ella se quedó sola. Encadenada, amordazada, cegada y con varios vibradores zumbando en el interior de su cuerpo, en su clítoris. ¿Cuánto tardaría en volver ese misterioso hombre? Y, lo más importante, ¿realmente era quién ella sospechaba? Se negaba a creérselo, pero todo apuntaba a que era cierto.

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