Te marchaste

            Cerraste los ojos por última vez aquella fría mañana de enero del 2017, y en ese mismo instante descubrí cuánto te amaba… ¿Qué puedo contarte después de todo este tiempo? Muchas cosas. Estos últimos diez años sin ti han sido muy difíciles, pero hemos salido adelante como hemos podido; ya sabes que nunca fuimos unos portentos intelectuales, pero con mucha perseverancia y voluntad las cosas se consiguen. Te cuento cómo nos ha ido todo…

            Empezando por mí, finalmente te hice caso y me puse a estudiar. ¡A mis años estudiando, había que verlo! En un primer momento, me maldije a mí mismo por tomar semejante decisión, pero tres años después conseguí aprobar el maldito curso y poco después encontré trabajo estable, bien pagado y que me permitía cuidarlos a ellos. Ya no tengo que ir por ahí dando bandazos en moto, soportando la lluvia, el frío, el calor o los malos modos de los clientes y arriesgando mi vida a cambio de migajas.

            Carlitos consiguió aprender a leer, le costó mucho sin tu ayuda, pero lo puso todo de su parte y lo logró. Ahora ha cogido carrerilla y pronto terminará la ESO, ¡y el tío ya se planea qué va a estudiar en bachillerato! Quiere ser tornero, igual que un tipo de YouTube al que sigue y admira; el hombre replica armas de comics, animes y videojuegos usando el torno y la fresadora. ¿Recuerdas que dijimos que sería nuestro niñito eterno? Eso no ha cambiado, mentalmente siempre será un niño pequeño, uno muy grande —con dieciséis años que tiene mide casi dos metros—, pero al menos podrá valerse por sí mismo cuando yo no esté para velar por él.

            El caso de nuestra querida Susana fue algo más complicado, pero se solucionó. Estuvo al borde del abismo durante un par de años, casi tres. Era incapaz de ver la vida sin tenerte a su lado. Hizo malas amistades que la llevaron por mal camino. Comenzó una mala relación que la condujo por un camino aún peor. Se marchó de casa y estuvo un tiempo viviendo en Londres, después se fue a París y por último aterrizó en Italia. Estuve muy preocupado por ella, fue un sin vivir para mí. Pero no quise “cortarle las alas” porque sabía que sería peor; la dejé cometer errores, aprendió de ellos y hace siete años me llamó para que la ayudase a volver. Sí… se había quedado sin blanca. No tenía dinero para poder comprar siquiera un billete de autobús. Como buen padre me sacrifiqué, vendí mi pequeña moto —ya sabes como amaba mi querido Vespino—, y le mandé por correo electrónico un billete de avión, el más económico. Cuando la vi bajar del avión comprendí que la adolescente que se había marchado no iba a volver, ahora era una mujer adulta, centrada y consciente de cómo es la vida; acabó sus estudios, siguió estudiando, y ahora es enfermera.

            En cuanto a Roxana… No vas a creerte lo que voy a contarte sobre ella. ¿Recuerdas ese bulto en su costado que tanto te preocupó hasta tu último día que estuviste con nosotros? ¡Pues el bulto resulta que no era un solo bulto, eran varios! Cinco pequeños bultos a los que dio a luz dos días después de tu partida… cinco pequeños gatitos blancos que maullaban a todas las santísimas horas del día. Aquello fue un calvario, porque por desgracia su mamá debía echarte de menos, y conforme el último de ellos nació, ella decidió marcharse, y me tocó criarlos a biberón hasta que estuvieron listos para comer su primer pienso de gatitos. Ahora son cinco enormes y preciosos gatos blancos de ojos azules, gordos como sacos de patatas, dos machos y tres hembras.

            Y ya no me queda mucho más por decirte… solo que es posible que de aquí a unos meses tú y yo volvamos a bailar juntos, abrazados, mirándonos a los ojos, como cuando nos conocimos en aquel concierto de rock en la playa… Sí, me han diagnosticado lo mismo que a ti, y tarde, como ocurrió contigo. No tengo miedo, ni estoy enfadado; es el ciclo de la vida, y estoy listo para continuar. No le he dicho nada sobre esto a ninguno de los dos porque no quiero trastornar sus vidas antes de que sea necesario; ya tendrán tiempo de llorar cuando me llegue el momento. Según me han dicho los médicos, es posible que no llegue a agosto, y estamos a finales de mayo.

            La verdad es que realmente no les he contado nada porque si aún conservo las facultades necesarias, a mediados de julio me iré de viaje a alguna parte, a algún lugar lejano y perdido de la mano de dios y ahí pasaré mis últimos días. Sé que es un poco cruel, por mi parte marcharme para morir solo y no quedarme con ellos hasta el final como hiciste tú. Pero recuerdo lo mal que lo pasaste, lo mal que lo pasaron ellos y lo mal que lo pasé yo cuando te estabas consumiendo tumbada en aquella cama… Y no voy a permitir que pasen por lo mismo. Cuando esté preparado, cuando sepa que me voy, si soy capaz comenzaré a caminar, me internaré en algún bosque… donde sea que pueda esconderme para morir tranquilo. Eso será duro para ellos. Repentinamente, perderán a su padre y no sabrán por qué los abandoné… Pero prefiero que sea de esa manera; sufrirán menos.

            Y ahora ya sí que no tengo nada más que contarte. Solo me queda esperar con impaciencia a que los días pasen hasta que me llegue el momento y finalmente tú y yo estaremos juntos para toda la eternidad.

 

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Dulces sueños

            Eran las doce y media de la noche. Trataba de dormir, pero el condenado niño del piso de arriba no dejaba de berrear por la ventana: «Laaaa laaaa LAAAA», gritaba al tiempo que, por el sonido que hacían los muelles, saltaba sobre su cama. Deseé con todo mi ser que se muriese, que cayese al suelo fulminado y dejase de montar jaleo, y acto seguido parpadeé. Al abrir de nuevo los ojos lo vi. Al parecer saltó tan fuerte sobre la cama que, al rebotar, terminó cayendo por la ventana. Nuestras miradas se cruzaron mientras él se precipitaba al vacío, despeñándose a toda velocidad a lo largo de diez plantas que desembocaban en un pequeño patio de luces que días antes había sido pintado de un blanco radiante, incluido el suelo.

            El tiempo pareció detenerse en aquel instante. Nos miramos fijamente a los ojos. Yo, asombrado. Él, aterrado y suplicante, como implorándome que detuviese aquello, que abriese la ventana y lo rescatase. El tiempo volvió a la normalidad con el siguiente parpadeo. El pequeño continuó con su viaje hacia la muerte. Salté de la cama y abrí la ventana, y vi cómo rebotaba contra los tendederos de los tres últimos pisos, sufriendo cortes en su pequeño cuerpo, para finalmente estamparse contra el suelo del patio, reventando como si de un tomate maduro se tratase y tiñendo de un intenso rojo aquel blanco radiante.

Fue algo poético, precioso…

            Volví a la cama, me tumbé y dormí en paz pese a los alaridos de terror y desesperación que la madre del infeliz niño profería desde el piso de arriba. Antes de caer en un profundo sopor del que desperté a la mañana siguiente, alarmado por las sirenas de los coches de policía y las ambulancias, oí el momento exacto en el que la dolida mujer saltaba por la ventana para acompañar a su pequeño en su viaje hacia la muerte.

 

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