La historia de Flora. Parte I

 

       Os presento a continuación la primera parte de la historia de Flora: el origen del nombre Bosque de los Lamentos, narrada por Grímory, personaje que aparece en el libro: Gorate. Volumen I: La historia de Emily. (Si te molesta la música, en la esquina superior derecha encontrarás el botón de pausa

       Hola, lector… Me llamo Grímory, ¡y soy simplemente maravilloso! —Unas estridentes carcajadas escaparon de su boca—. Y tú eres condenadamente feo… Pero bueno. Dejemos de lado tus defectos y centrémonos en el asunto que nos compete…

       He de suponer que conocerás Gorate, un pequeño pueblecito atestado de casitas de piedra gris coronadas con negros tejados de piedra pizarra y a, por decirlo de algún modo, su hija, o tal vez hermana, la ciudad de Torreleones, ubicados tanto uno como la otra en la provincia de Málaga. Si no los conoces, ¡ve y léete sus respectivas secciones del blog! Si ya lo has hecho, estoy seguro de que recordarás el Bosque de los Lamentos, ese oscuro y largo brazo formado por árboles antiguos y enormes que une el pueblo con la ciudad.

       En otros tiempos el bosque fue conocido como Bosque de la Oscuridad, ello debido a que la luz del sol apenas era capaz de penetrar entre las frondas copas de aquellos gigantescos árboles, condenado al bosque a una casi perpetua penumbra. También se llamaba así por otro motivo, que no es de tu incumbencia. A continuación, voy a narrarte la historia de origen del nombre Bosque de los Lamentos, que sustituyó al otro, relegándolo para siempre al olvido para el común de los mortales…

       Aquella mañana, cinco de febrero del año 1450 de nuestra era, amaneció gris, fría y cortante. Una mujer lloraba delante de la puerta de una modesta casita de piedra… (por eso detesto a los humanos, son unos lloricas). Sus lamentos rompían la paz de la pequeña aldea de Alderete (hoy en día desaparecida, y fue por mi culpa). Arrodillada en el suelo, abrazando a sus tres hijos, le imploraba piedad al dueño del que hasta ahora había sido su hogar, un hombre calvo, cojo y ciego de un ojo (todo un portento). Fermín, que así se llamaba el propietario de buena parte de las casas de la aldea y de un descomunal rebaño de cabras y ovejas que precisaba de varios pastores para su cuidado, observaba impasible cómo un par de mozos sacaban de la casa los enseres de la desdichada.

            —Pero señor, por favor, no tengo a dónde ir… —Lamentaba la mujer—. Solo… solo le pido algo de tiempo. En cuanto crezca, Pedro, el mayor de mis hijos, ocupará el puesto de su padre. —El hombre rio.

          —Mujer, ya sabes cuál era el trato: casa y comida a cambio de trabajo. Tu marido cumplía esa función mientras que tú te dedicabas a criar a sus hijos y a mantenerle la cama caliente… ¡Pero él ha muerto, y yo no voy a cargar contigo y con tus niños hasta que uno de ellos crezca lo suficiente como para ganarse el techo y el sustento del resto! —espetó cruelmente, carente de cualquier tipo de emoción.

       Un coro de mujeres, todas ellas inquilinas de Fermín, lloraba observando lo ocurrido. El hombre clavó en ellas su ojo bueno y, temerosas de que decidiera pagar el enfado con sus familias, de inmediato todas se marcharon (otro punto negativo de los humanos… ese egoísmo innato del que todos hacéis gala en momentos como el aquí descrito). Mientras las mujeres huían, Nicolás, vecino de la desconsolada mujer y amigo de su difunto esposo, se plantó allí tirando de un viejo y delgado burro con el pelaje gris.

       El pobre animal se encontraba ya al final de sus días, próximo a ser sacrificado. Pero en vez de matarlo, el hombre decidió regalárselo a la que había sido su vecina hasta ese mismo día. El hombre, un pastor de bastante edad, sabía que aquello no era mucho, pero no había nada más que él pudiera hacer; tenía una familia propia a la que mantener y no disponía de recursos de sobra para hacerse cargo de los hijos de Flora y de ella hasta que el mayor de sus hijos pudiera ganar el sustento de todos.

       La mujer cargó sus escasas pertenencias sobre el lomo del animal y a sus dos hijos más pequeños, Emilio y Armando, de tres y cuatro años. Luego le cargó al mayor, de ocho, algunos bultos más y todos juntos se encaminaron hacia… ¿dónde? Era la pregunta que atormentaba la mente de Flora. ¿Adónde iba a ir con sus tres hijos? Tal vez… si se librase de ellos, ella podría encontrar otro hombre. Solo tenía veinte años, seguía siendo joven, seguro que algún pastor solterón de la aldea bien entrado en años se casaba con ella de buena gana y de ese modo no pasaría necesidad.

       —¿En qué estoy pensando? —se dijo, asqueada consigo misma. Se negaba a renunciar a sus niños. Suponían toda una carga ahora que su padre había muerto, pero jamás los abandonaría. Antes prefería matarlos y luego quitarse ella la vida—. Encontraremos un lugar…

       Aquel día el viento cortaba tanto como una cuchilla bien afilada. Sin duda alguna no era el día más apropiado para vagar por los campos cercanos a Alderete en busca de un nuevo hogar, pero tampoco podía quedarse a la intemperie; sus dos hijos más pequeños podrían enfermar y morir. Mientras barajaba una posible solución a sus problemas (tal vez… suplicarles ayuda a sus padres, o a sus hermanos), sus ojos enfocaron un lugar en el que nunca se había atrevido a adentrarse… el Bosque de la Oscuridad. Alderete se encontraba justo delante de la parte central del bosque, en línea recta con uno de los senderos de acceso al mismo.

       Corrían por la aldea todo tipo de cuentos y leyendas que hablaban sobre los terrores de aquel bosque: criaturas imposibles rondando sus oscuros senderos, personas desaparecidas misteriosamente, entre otras tantas cosas más… Aunque también había oído que, gracias al grosor de los troncos y a lo próximos que los árboles estaban entre sí, el viento apenas corría en el interior del bosque.

       —¿Qué otra cosa puedo hacer si no? —se dijo, observando aquella vasta negrura con unos ojos llorosos—. Aunque me encamine hoy hacia allí, no voy a llegar hasta dentro de algunos días… y eso contando con que el borrico no se muera por el camino. —Flora era originaria de Ronda, muy lejos de la zona este de Málaga, donde se encontraba la aldea de Alderete.

       Allí vivían sus padres y sus hermanos, al menos así era cuando ella se casó con Higinio, su marido hasta hacía unos días. Pero hacía diez años que no los veía. Su esposo había nacido y crecido en Moclinejo, un pueblo cercano a Alderete, y conforme se casaron, el hombre insistió en volver a su hogar; aunque al final habían acabado en aquella pequeña aldea, hospedados y alimentados por Fermín a cambio de trabajo.

       Aunque Pedro se negaba, la mujer encauzó al burro hacia el Bosque de la Oscuridad. En solo unos minutos pasaron de caminar por las frías llanuras que rodeaban Alderete a estar envueltos por la espesa oscuridad del frío bosque; frío, sí, pero sin viento que los azotase. Aunque aquel día el cielo permanecía oculto tras un grueso manto de nubes grises y negras, y a pesar de que todos decían lo contrario, una suave luz grisácea iluminaba los senderos del bosque, permitiendo a Flora guiar al burro sin mucha dificultad. Enfiló el sendero más ancho de todos los que encontró al internarse en aquel océano de árboles altos y gruesos.

       Tenía muy claro que no debía ir nunca hacia el norte. ¿Por qué? Te preguntarás… Porque caminando en aquella dirección se llegaba a la Ciudadela oscura, como los aldereños la llamaban, y nadie quería ir a ese horrible lugar habitado por adoradores de los demonios. Flora no creía ni una de las historias sobre las supuestas criaturas que poblaban el Bosque de la Oscuridad, en cambio, estaba convencida de que las historias que hablaban sobre la ciudadela eran totalmente ciertas. Josefina, una antigua amiga de Flora, atravesó una vez el bosque y, nunca supo si por error o adrede, se encaminó al norte y llegó hasta aquella ciudad de resplandecientes y altos edificios negros…

       La mujer que partió de Alderete era una niña joven y risueña, de mejillas rosadas y largos cabellos rubios. En cambio, lo que volvió luego de haberse internado en la ciudadela (no voluntariamente) solo era una versión mustia y gris de aquella preciosa chica, que no vivió más que unos días antes de morir entre desesperados y aterradores gritos.

       —¿Por qué, Higinio? —musitó—. ¿Por qué tenías que irte? —Su esposo, de solo veinticinco años, había muerto de una extraña enfermedad que ni el propio cura de la aldea había sabido identificar; una mancha negra apareció en su pecho y en solo dos días se extendió por todo el cuerpo, consumiendo la vida del hombre—. Dios mío, por favor, solo necesito un poco de ayuda… un techo para que mis niños no tengan que dormir a la intemperie.

       Un destello de luz blanca la cegó a ella y a sus hijos durante unos segundos. Cuando fueran capaces de abrir los ojos, vieron delante de ellos a un hombre de largos cabellos dorados como el oro, con los ojos del mismo verde que el pasto en primavera; iba embozado en unas finas y frescas ropas del mismo verde que sus ojos, como si el frío no le molestase. Parecía ser muy joven, mucho más que Flora. Observaba a la mujer y a los niños dedicándoles una amplia sonrisa.

       —¿Es él tal vez la respuesta a mis plegarias? —pensó Flora observando al hombre. Había aparecido de la nada, debía ser un milagro… o tal vez uno de los habitantes de la ciudadela.

       Continúa en la Segunda Parte

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Un lugar agradable

                Hola, lector… eh… cómo iba esto… ¡Ah, sí! Me llamo Ana Ariola Chamullo y voy a contarte un suceso muy curioso que, a pesar de que no debería, guardo con total claridad en mis recuerdos…

                Me encontraba en un lugar agradable, cálido, precioso. Se trataba de una pradera amplia, verde, techada por un precioso cielo de un celeste radiante e iluminada por un intenso sol. Cientos de enormes árboles, de los que brotaban todo tipo de frutas, se extendían más allá de lo que mi vista era capaz de abarcar. A mi alrededor había personas, que, a pesar de que sus rostros parecían desdibujados, se notaba que eran felices. Estaban riendo. Sentía que quería a esas personas, que las conocía desde siempre; que habíamos formado parte de la misma familia por siglos.

            De golpe, sin tiempo a reaccionar, un halo de cegadora luz verde me envolvió. Sentí cómo tiraba de mí, elevándome en el aire; se me llevaba, alejándome de aquellas personas felices que me rodeaban. Estos, sonriendo y llorando, me despedían alzando las manos; sus rostros dejaban ver que eran conscientes de que volveríamos a vernos… Aunque habría de pasar mucho tiempo para ello.

            Volé a través de un túnel de aquella radiante luz verde. Era una sensación agradable, cálida. Sentía que todos mis recuerdos, vivencias de un sinfín de vidas, iban volviéndose cada vez más borrosos. Lo olvidé todo. Y acto seguido, la oscuridad me envolvió por completo.

            Ahora me encontraba en un lugar húmedo, cálido, muy agradable; flotando en una especie de fluido. Todo se sacudió de repente y aquel líquido en el que flotaba desapareció. Sentí que un par de manos me aferraban, tirando de mi… ¿cuerpo? Ahora tenía cuerpo. Antes no lo tenía. Allí en las praderas no son necesarios los cuerpos. Solo los Caballeros y los Guardianes los poseen.

            Abrí… ¿los ojos? Claro. Los cuerpos poseen ojos, normalmente, dos. En algunos casos tres. Otras veces ninguno. Este tenía dos. Con ellos, aunque borroso, vi un rostro que sonreía al tiempo que lloraba. Aquella criatura parecía feliz de verme.

            —Hola, mi chiquitina —me dijo aquella mujer. Yo en ese momento lloraba a voz en cuello; hacía frío fuera de aquel lugar oscuro, frío y cálido.

            —¿Cómo va a llamarse la señorita? —preguntó una voz grave, diferente a la de la criatura sonriente.

            —Se va a llamar Anita.

            Ese es el nombre que me puso mi madre. Porque esa criatura sonriente resulta que era mi madre en aquella nueva vida, la creadora (junto con papá) del cuerpo que durante algunas décadas soportaría mi alma. El de la voz grave, pues era el doctor que me había ayudado a llegar al mundo. Y eso es todo lo que soy capaz de recordar de mi nacimiento…

                Y es una suerte que lo recuerde, porque, en teoría, una persona no debe ser capaz de recordar esas cosas. Ni lo que había antes: las amplias y verdes praderas. Pero yo soy capaz. Y eso me hace feliz, porque sé que cuando muera volveré allí, al infinito prado poblado por árboles frutales, en compañía de aquellos con los que he compartido cientos de vidas, de momentos y vivencias que, cuando volvamos a estar juntos de nuevo en forma de almas, podremos compartir unos con otros.

                Lucía, Roberto y Amanda (tres de mis únicos cuatro amigos; hermanos para mí) siempre me dicen que todo esto no son más que tonterías, seguramente fruto de algún sueño que he sido capaz de recordar. Al menos Gustavo, mi cuarto amigo, mi hermano más querido, siempre me apoya… No me importa en realidad que me apoyen o no. Soy feliz siendo capaz de recordar esas cosas, porque así al menos puedo ver claramente los ilusionados rostros de mamá y papá cuando nací. Adoro recordarlos así y no tal y como los vi la última vez luego de la matanza del instituto; antes de acabar internada en el Hogar de la Virgen de las Lágrimas de Sangre junto a mis cuatro amigos.

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Torreleones. La ciudad de los infortunios

            Hola, lector. Me llamo Leonardo Fermoselle Leflem y voy a hablarte sobre el que fue mi hogar durante mi infancia y buena parte de mi vida adulta… Hasta que me vi envuelto en el condenado plan de Grímory y tuve que huir para nunca más volver.

            La ciudad de Torreleones era conocida por muchos como la Ciudad de los Infortunios… ¿La razón? Muchas en realidad, aunque especialmente por culpa de un pozo (más adelante te contaré). Había sido construida formando un enorme círculo de aproximadamente unos doscientos quince kilómetros de diámetro dividido en tres anillos. En el centro de dicho círculo se alzaba dominante el monumento que le otorgaba su nombre a la ciudad: la Torre de los Leones, que en otros tiempos fue el acceso a las minas (las cuales no contenía precisamente minerales) que en 1750 originaron la fundación de la Colonia de Orate, el nombre original de Torreleones.

            Se trataba de una inmensa torre de mármol blanco que simulaba ser un faro portuario, una imitación del Faro del puerto de Málaga. Su base, de mármol negro, estaba rodeada por seis leones de bronce, todos ellos sentados sobre los cuartos traseros. El primer anillo, conocido como Zona Antigua, se cerraba alrededor del monumento; allí se encontraban las primeras casas que los mineros de la colonia construyeron, todas ellas idénticas a las de Gorate. El segundo, la Zona Nueva, conformado mayormente por altos edificios de los años cincuenta en adelante, se cerraba alrededor del primero. Y finalmente el tercero, la Zona Industrial, un polígono (conocido como Polígono Tofone) circular colmado de antiguas naves industriales, chalets y alguna que otra urbanización, que rodeaba a toda la ciudad y colindaba con el Bosque de los Lamentos, conectándose así con Gorate.

            Al igual que en el caso de Gorate, la ciudad de Torreleones ha sido casi desde el mismo momento de su fundación (por Amancio Salazar Tofone y Mario Domingo Telmasé) el escenario de historias misteriosas, horribles y extrañas… Una de aquellas historias habla sobre un viejo pozo que a veces aparecía de la nada en uno de los muchos senderos que atravesaban el Bosque de los Lamentos. Según se decía, si arrojabas al pozo algún objeto que tuviera para ti un alto valor sentimental (por ejemplo, esa medallita que tu abuelita ya fallecida de un tumor cerebral te regaló el día de tu comunión), este te concedía cualquier cosa que le pidieras; solo debías asomarte a la negrura que se veía desde la boca del pozo y gritar con ganas aquello que deseabas.

            Otra de aquellas historias, la más sonada, hablaba sobre la Matanza del Instituto, ocurrida en el Instituto Público Mario Domingo Telmasé en marzo de 1988. Por lo que me contaron los pocos supervivientes de aquella tragedia, una estudiante, una chica de piel macilenta y larga y brillante melena de cabello negro, masacró a la mayor parte de alumnos y docentes del centro sin siquiera tocarlos… Al parecer, con solo mirarlos, estos explotaban en mil pedazos o se retorcían como si de trapos escurriéndose se tratasen. Además de estas desgracias, la ciudad gozaba de ser la cuna de varios asesinos seriales bastante sangrientos y brutales: uno de ellos, el peor, decapitaba bebés y luego introducía su… ya sabes, por el agujero expuesto de la tráquea.

            Obviando todo esto, Torreleones era un lugar agradable para vivir, claro está, siempre que te guste vivir en una ciudad habitada por brujos, vampiros y todo tipo de criaturas sobrenaturales que se camuflaban entre los humanos comunes… Solo había un único centro comercial, el Mavi, donde podías encontrar el Duck Pizza, el Duck Noodles, y el Duck Búrguer (todos del mismo dueño), además del Torreleones Cinema y algunas tiendas de ropa. Al menos la ciudad contaba con una universidad: Universsidad Alfonso Ruiz Tofone, en cuya biblioteca, oculta a simple vista, se encontraba la entrada a un lugar bastante inusual… También contaba con un precioso hotel, el Manoir du Marquis, fundado en 1820 por los Telmasé de Gorate; un hotel en el que es mejor no hospedarte si aprecias respirar.

            Y ya no tengo nada más que contarte de Torreleones, mi amado hogar, mi querida cuidad, a la cual nunca jamás pude regresar… porque desde que todo esto comenzó, pasé a convertirme en uno de los objetivos de la Hermandad.

El Bosque de los Lamentos

El Bosque de los Lamentos

             Hola, lector, me llamo Joseph Ze… mi apellido no es de tu incumbencia. Voy a hablarte sobre uno de los escenarios donde se desarrollan algunas de las historias de Gorate: el Bosque de los Lamentos.

        Se trataba de un lugar muy, muy antiguo: un inmenso bosque de encinas, almendros, castaños, algarrobos y nogales que formaba un largo y retorcido brazo, conectando Gorate con la ciudad de Torreleones. En otros tiempos fue conocido como Bosque de la Oscuridad, pero terminaron bautizándolo con ese otro nombre debido a una vieja historia que se contaba en la desaparecida aldea de Alderete (La historia de Flora). Narraba las penas de una madre viuda que tras fallecer su esposo tuvo que abandonar su casa en la aldea. Y al verse sin hogar y sin otra opción posible, a la mujer no le quedó otro remedio que guarecerse en el bosque con sus tres hijos… Pues bien, uno tras otro, cada uno de los niños desapareció; uno por día.

             La dolida madre terminó muriendo de pena, lamentando la pérdida de sus queridos niños. Según se decía, antes de caer muerta, la pobre infeliz recorrió el bosque una y otra vez, tanto de día como de noche, llorando y gritando el nombre de sus pequeños, lamentándose, maldiciéndose a sí misma por haber tomado la decisión de mudarse allí, condenado a sus retoños a una muerte amarga y cruel. ¿Qué los devoró? Es algo que nunca nadie averiguó. Pero sus ensordecedores lamentos sirvieron para rebautizar el bosque, porque nunca cesaron…

             Además de la desgraciada historia responsable del nombre del bosque, la cual te contaré en otra ocasión, corrían por Gorate y Torreleones todo tipo de historias que hablaban sobre puertas ocultas entre los troncos (y en el interior de los mismos) que conectaban el bosque con otros mundos. Una de esas puertas sobre la que tengo conocimiento la albergaba un grueso y alto árbol conocido como el Árbol Cueva; el tronco se abría como si de la oscura entrada una cueva se tratase, permitiendo que una persona adulta permaneciera en pie dentro de dicha apertura. Aquella misteriosa puerta conectaba con un lugar conocido como Menfeyeg Osmandle; un mundo oscuro y retorcido, sumido en una noche perpetua, habitado por criaturas que solo tendrían cabida en las peores pesadillas…

             Otra de aquellas puertas, que cambiaba continuamente de lugar, daba acceso a una extraña aldea rodeada por un frondoso bosque. Dicha puerta solo se manifestaba ante aquellos que necesitasen ayuda con urgencia y cuyo corazón fuera puro y bueno. Aquel que la cruzase jamás volvía a ser visto… La aldea era conocida como la Aldea de Lepand. Existían otras muchas puertas, algunas conectaban con Menfeyeg Osmandle y otras, con otros mundos igual de extraños. Pero ya no voy a contarte nada más…

 

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Gorate

     

            Saludos, lector. Mi nombre es Leonardo Fermoselle Leflem, y voy a hablarte sobre un lugar antiguo y misterioso; el escenario de varias de las historias de Gorate.

            Gorate era un pueblo muy, muy antiguo. Ubicado en la zona este de la provincia de Málaga, entre los pueblos Totalán y Moclinejo, fue fundado por tres misteriosas familias conocidas por los apellidos Tofone, Telmasé y Lesselt en colaboración con los habitantes de Alderete, una pequeña aldea que hoy en día ya no existe, lo fundaron en el año 1600 de nuestra era. El pueblo debe su fundación a dos milagros, conocidos desde aquel entonces como los milagros de la Virgen. Así figuraba en los libros de historia del pueblo, redactados por los Lesselt. Uno de ellos tuvo lugar el día tres de febrero del año 1600, el otro, el día cuatro de febrero del mismo año. El primero de aquellos misteriosos sucesos fue narrado en exclusiva por un hombre de mediana edad originario de Alderete, una pequeña aldea de pastores. Aquel día, el hombre guiaba a su rebaño de cabras a través de los terrenos cercanos a la alta colina sobre la que meses después comenzó a erigirse el pueblo, conocida en aquel entonces como Colina Torre Torcida. Y cuando decidió sentarse a la sombra de una alta encina, para tomar un bocado y saciar la sed, presenció la repentina aparición de una misteriosa mujer que se hizo visible luego de que un fogonazo de luz rojiza inundase por un instante el lugar, cegando al pastor durante unos segundos.

            Guiándose por la descripción del hombre, se sabe que la piel de la misteriosa mujer era tan blanca como la leche, su cabello era largo, muy largo, negro y muy brillante; sus ojos eran igual de negros que su pelo, aunque a diferencia de este, carecían de brillo, es más, ni siquiera reflejaban la luz del sol; de ellos brotaban dos sendos ríos de lágrimas tan rojas como la sangre. Según explicó el hombre, la mujer apareció sobre una enorme roca de mármol blanco a medio enterrar en mitad del campo, y conforme lo vio, comenzó a hablarle:

            —«Hijo mío, estás en presencia de la madre de Dios. He descendido de los cielos para comunicarte la voluntad del Creador». —Lamentablemente, no hay un registro fiable sobre esto, todo son teorías y suposiciones; en aquellos tiempos las personas eran bastante supersticiosas y fáciles de engañar, y no te podías fiar a la ligera de lo que te contaban. Se tiene constancia de que la Virgen le transmitió al hombre un segundo mensaje antes de desaparecer, que podrás leer en un momento. Lo siguiente que ocurrió es que conforme la Virgen desapareció, el pastor echó a correr hacia su aldea para contarle a alguien lo que acababa de ver, abandonando allí a su rebaño.

            La historia del segundo milagro es algo más creíble que la del primero, porque este fue presenciado por varias personas más. Algunas horas después marcharse, el pastor regresó en compañía de algunos de sus vecinos, a los que condujo hasta aquella enorme roca, y todos ellos vieron con asombro que las huellas de unos pies descalzos que parecían ser humanos habían quedado grabadas sobre la piedra; era como si las huellas hubieran sido herradas en el mármol. Aunque de la supuesta virgen no había ni rastro. Al día siguiente, al caer la noche, el pastor y sus vecinos acudieron nuevamente hasta donde se encontraba la piedra, esta vez en compañía del alcalde y del párroco de Alderete, para que dos altas autoridades diesen fe de que las huellas grabadas en la piedra eran reales.

            Y ambos dieron fe… sin duda alguna aquellas eran las huellas de unos pies humanos, y por su reducido tamaño, debían pertenecer a los pies de una mujer. Y también dieron fe del segundo milagro, porque conforme el alcalde, el párroco y los vecinos rodearon la piedra al tiempo que el pastor narraba por enésima vez su historia del día anterior, el cielo sobre la colina se hendió como si alguien lo hubiera cortado con un cuchillo y una luz rojiza comenzó a manar de la brecha. La raja en el cielo se ensanchó, mostrándoles un cielo que no era el mismo que tenían sobre sus cabezas. En aquel momento eran las doce en punto de la noche, y el cielo que veían a través del agujero era también un cielo nocturno. Pero este estaba poblado por estrellas que nadie conocía, algunas enormes y centelleantes, otras pequeñas y a punto de apagarse; junto a ellas brillaba con intensidad una luna tan roja como la sangre… la fuente de la luz rojiza.

            En un primer momento, tanto el pastor como sus convecinos quedaron horrorizados ante la visión de aquel extraño cielo y del misterioso astro rojo.

            —¡Esto es cosa de brujería! —clamaron algunos de ellos y el alcalde.

            —¡Es el fin del mundo! —clamó el párroco; ya sabes, los religiosos y su costumbre de asociarlo todo con el apocalipsis.

            —¡Es un milagro por obra y gracia de la Virgen! —espetaron al mismo tiempo seis misteriosas personas que segundos antes no estaban allí, todo esto mirando fijamente a los ojos de todos los presentes, que enseguida quedaron convencidos de que aquello se trataba de un milagro obrado por la misteriosa virgen que el día anterior se había manifestado ante el pastor.

            El segundo milagro validó el testimonio del pastor sobre el primero y, conforme una de aquellas extrañas personas clavó sus ojos en los de Paco —el pastor—, este transmitió el que según él era el segundo mensaje de la Virgen: «Tú y tus vecinos erigiréis un templo en mi honor en la cima de aquella colina. Y a sus pies construiréis un pueblo en el que mis fieles vivirán felices y en paz». La misteriosa virgen fue bautizada como Nuestra señora de las Lágrimas de Sangre. A la extraña luna, que desapareció junto al cielo en el que brillaba cuando la brecha volvió a cerrarse, la bautizaron como la Luna Roja. El grupo de seis personas, tres hombres y tres mujeres que al parecer debían ser parientes entre sí, recibieron el título honorífico de Fundadores, y desde aquel mismo instante guiaron a los aldeanos y les prestaron apoyo económico para comenzar a construir el pueblo tal y como les había encomendado la Virgen, y le dieron el nombre de Gorate.

            Digo que esas seis extrañas personas debían ser parientes porque cada pareja de hombre y mujer compartía rasgos muy similares entre sí. Dos de ellos eran de tez tan pálida como la de la Virgen descrita por el pastor, con la misma melena negra, larga y brillante, y con los mismos ojos negros y sin brillo; vestían de negro, de los pies a la cabeza, con ropas de muy buena calidad. Otros dos tenían una coloración de piel común y corriente, pero sus ojos eran amarillos y de pupilas verticales, similares a los ojos de los felinos, y su cabello era blanco como la nieve; estos vestían tal y como lo hiciera la nobleza por aquel entonces. Los otros dos eran bajitos y regordetes, el hombre estaba calvo en la parte superior de la cabeza, aunque de su nuca brotaba una larga melena de pelo castaño, y ambos tenían los ojos azul eléctrico y las pupilas ligeramente rectangulares, similares a las de los ojos de las cabras; estos dos vestían de forma desaliñada. Los primeros eran los Tofone, los segundos los Telmasé y los terceros los Lesselt.

            Guiados por los conocimientos de los Fundadores —todos ellos poseedores de diferentes dones, a cada cual más raro, aunque los aldeanos parecían no percatarse de ello—, los habitantes de Alderete levantaron en la cima de la colina el primer edificio del pueblo: el Convento de Nuestra Señora de las Lágrimas de Sangre, y llevaron hasta allí la gran roca de mármol para rendirle culto. Y después, siguiendo los deseos de la supuesta virgen, construyeron el resto del pueblo. Primero, la zona conocida como la Plaza Central, el centro mismo de Gorate, y desde ahí fueron extendiéndose en círculo, forrando la colina con calles y casas de piedra.

           La Colina Torre Torcida era ancha en su base, e iba estrechándose hasta terminar en una cima ligeramente plana; parecía una inmensa galleta de cucurucho helado que alguien hubiera dejado allí, tirada del revés en mitad de aquellos campos. Las calles y los edificios del pueblo descendían la colina como si se tratase de cientos de hormigas bajando por la galleta. Todo, tanto edificios como calles y calzadas, fue construido usando piedras grises de diversos tamaños talladas de forma rectangular. Se dice que las piedras habían sido extraídas de la base de la colina, y sí, provenían de ahí, pero no de una cantera, formaban parte de algo bastante antiguo… sobre lo que no voy a hablarte en esta entrada.

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Se acerca el momento que llevo mucho tiempo esperando

        Después de un par de años largos de trabajo, de borrar, reescribir, desechar y reinventar, uno de los libros que comencé a escribir en 2019, el fatídico año del confinamiento, ya casi está listo. El libro ha ido mutando progresivamente, pasando de ser un solo libro a convertirse en una saga de aproximadamente doce tomos. El primero de ellos: Gorate. Volumen I: La historia de Emily, pronto verá la luz, probablemente en Amanzón y Bubok, y luego lo ofreceré a alguna editorial para ver si canta la liebre y deciden publicarlo. El viaje ha sido largo, a ratos pesado, a ratos estresante, pero finalmente ha terminado dando sus frutos. Había muchas cosas que debía aprender antes de lanzarme a publicar, por ejemplo: aprender a escribir correctamente, cosa que por pasotismo nunca había hecho, otra, a expresarme en condiciones, y necesitaba bastante entrenamiento mental para ser capaz de darle forma a todo aquello que brotaba en mi mente inquieta.

           Si tenéis curiosidad por saber qué diablos es Gorate, os dejo aquí esta página en la que se describe el pueblo, uno de los escenarios de las historias de estos libros. También tenéis disponible un extracto de dicho libro (que puede contener erratas y variaciones respecto a la versión final) en esta sección. Espero que mi trabajo os guste. En unos días subiré la descripción de otro de los escenarios: el Bosque de los Lamentos.

PD:
https://cecdm.es/gorate-2 (descripción de Gorate)
https://cecdm.es/gorate (extracto del primer libro)