Un fuerte abrazo

 

 

       Aquella fue una noche llena de placer para Esteban y Laura. Primero salieron de fiesta con sus amigos durante algunas horas, y luego se marcharon directos al pequeño pisito que los padres de él les habían cedido para que comenzasen su vida en común. La felicidad los embargaba. ¿La razón? Las pruebas médicas del muchacho  habían salido bien: su corazón estaba sano, solo tenía un pequeño soplo, algo propio del crecimiento. Ambos tenían aún diecisiete años, sus cuerpos todavía estaban creciendo.

       Conforme llegaron del hospital se quitaron la ropa el uno al otro, casi arrancándola, y la lanzaron a una esquina del dormitorio. Deseaban saltar en la cama para follar como conejos. Habían estado varios meses sin tocarse porque, según le dijo a Esteban el cardiólogo, cabía la posibilidad de que su corazón no resistiese el esfuerzo al que lo sometería el acto sexual. Y Laura era demasiado joven y fogosa para soportar tanto tiempo de celibato. Aun así aguantó varios meses sin rechistar, cualquier cosa con tal de que no peligrase la salud de su querido Esteban.

       Estuvieron revolcándose en la cama desde las ocho de la tarde, casi hasta las tres de la madrugada. Primero simplemente copularon como conejos en celo. Después, él la ató a la cama con las piernas abiertas y durante un par de horas estuvo comiéndole el coño y masturbándola con juguetes, hasta que ella lloró. Era algo que él adoraba, provocarle un orgasmo tras otro, hasta que Laura era incapaz de soportar uno más y lloraba, implorando por dios que parase; entonces él forzaba un último orgasmo y todo terminaba.

       Luego Laura le ató a él las manos al cabecero de la cama y lo usó como un juguete sexual para cobrarse la venganza de aquel último orgasmo forzado. Se sabía un truco que le permitía controlar la eyaculación de Esteban, ella lo llamaba el Botón de Stop; cuando notaba que su amado novio estaba a punto de eyacular comenzaba a masajearle los testículos… y con eso le impedía llegar al orgasmo y de ese modo el chico era capaz de aguantar horas de sexo continuo sin que la cosa decayese. Esteban sintió un retumbar en el interior de su pecho mientras ella jugaba. Pero no le dio importancia…

       Estuvieron así un par de horas. Después se sentó sobre su cara y lo forzó a comerle el coño otra media hora más… Esteban era un genio jugando con la lengua, era un auténtico prodigio. Laura adoraba que le hiciera “la del abecedario”, que consistía en dibujar sobre el clítoris cada una de las letras del abecedario con la punta de la lengua; cuando llegaba a la Z, Laura explotaba en un intenso orgasmo e incluso lloraba.

       Y finalmente, sin siquiera darse una ducha, se quedaron dormidos. Él la abrazó por detrás, apretando su miembro aún erecto contra su culo, casi buscando penetrar su ano. Adoraban dormir así. Cayeron en un profundo sopor del que ella despertó un par de horas después. Notó que Él la abrazaba con todas sus fuerzas, tanto, que ella era incapaz casi de moverse. No le dio importancia; se sentía segura, querida, protegida.

       Lo peor llegó cuando amaneció… Los rayos del sol penetraron por la ventana, como ocurría cada mañana al dar las nueve. Rebotaron contra el espejo del tocador donde ella guardaba su maquillaje y finalmente se estrellaron contra su cara. Él seguía abrazándola con tanta fuerza que ella era incapaz de moverse, y necesitaba zafarse de aquel cariñoso abrazo cuanto antes; se estaba orinando. Comenzó a tocarlo para despertarlo. Notó que estaba frío, tenso, agarrotado. Dentro del abrazo ella se giró para mirarlo, y vio que sus ojos estaban abiertos de par en par. Dos ojos sin vida, al igual que su boca torcida…

       Al pobre Esteban le había dado un infarto y ella notó el momento exacto en que la muerte se lo llevó. Fue cuando él la abrazó con tanta fuerza que la despertó, pero ella no le había dado la más mínima importancia y, de hecho, sintiéndose querida, segura, protegida, se durmió. Y ahora estaba presa del abrazo del cadáver de su amado novio…

      Se orinó encima del miedo y se desmayó. Despertó una hora más tarde con los ojos sin vida de Esteban clavados en ella. Era incapaz de escapar de su abrazo. Ni siquiera era capaz de mover las piernas porque también se las había apresado. Adoraban dormir así, tan juntos que parecían una sola persona. Laura no fue capaz de soportar tanto miedo y finalmente su corazón también falló y se detuvo.

       Y así los encontraron días después los padres de Esteban, que habían acudido al piso, alarmados al no recibir respuesta de ninguno de los dos: unidos en un abrazo eterno, descomponiéndose juntos, pringados aún de semen rancio.

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